La Ilera

Esto es un informe sobre las horas que pasé en La Ilera, unas treinta nada más. Llegué en coche en una tarde de primavera a lo que entonces no parecía más que un descampado con una valla en medio y algunos palos plantados.

En seguida supe que los palos eran en realidad brotes de árboles que estaba plantando M. como comienzo de su diseño “bosque-huerta”, algo totalmente extraño y nuevo para mí aunque ya había oído algo sobre permacultura.


Cuando llegué, #48 plantaba árboles y #49 recogía piedras del huerto de al lado. Interrumpieron su actividad lo justo para saludarme y hechas las presentaciones e introducciones me sumé a la tarea, que consistía en lo siguiente: primero cavar para hacer un hoyo, haciendo dos montículos con la materia extraída: uno de tierra y otro de piedras. Luego plantar el arbolito en el hoyo, metiendo la tierra antes retirada. Sobre la tierra, que por el volumen antes ocupado por las piedras ahora estaba a nivel más bajo, cartones mojados, y sobre los cartones, las piedras, que a pesar de que eran muchas, no eran suficientes para cubrir la tierra removida y los cartones sobre ella. Por eso había que completar las cantidades necesarias con las piedras de la huerta de al lado. M. me explicó que estas piedras eran originariamente del huerto a donde las estábamos llevando. Su abuelo las había quitado años atrás de su tierra y las había puesto aquí, así que simplemente ahora las estábamos recuperando.

Así que mientras una persona plantaba los árboles otra traía piedras, otra traía agua y otra cortaba y mojaba cajas viejas de cartón. El agua la cogíamos del riachuelo que da nombre a la zona, pues al parecer Ilera en el idioma antiguo es algo así como ribera, o riachuelo, o corriente de agua. El río pasa a unos diez o veinte metros por debajo de un pequeño puente sin barandilla. En el puente nos arrodillábamos y arrojábamos a la corriente un cubo atado a una cuerda. Varias veces evitó la Providencia, o una grandísima e inexplicable suerte, que perdiéramos el cubo en aquella corriente, que por razón del desnivel, es en aquel tramo donde más rápida es.

Todas esas tareas acababan siendo monótonas después de un tiempo así que nos turnamos unas cuantas veces. Antes de atardecer comimos en la tienda de campaña que tiene M. instalada junto a la tierra y volvimos a la casa, situada a las afueras del pueblo, junto al camino que conduce a las tierras.

El día siguiente amaneció nublado y lloviendo así que nos pasamos el desayuno debatiendo cómo acomodar lo que había que hacer a las circunstancias. Como la lluvia ablanda la tierra, decidimos pasar la primera parte del día transplantando arbustos de un descampado lleno de ellos y que nunca antes había sido cavado. Arracamos unos cinco, que luego plantamos en el huerto de M., siguiendo la misma metodología de acolchado del día anterior, en linea recta, a cinco metros de separación entre ellos, y a unos dos metros de la línea de separación de la linde con la tierra del vecino .

Cuando se transplantan árboles y arbustos, nos explicó M. que es importante que las raíces no se expongan al aire. Lo cual fue difícil conseguir aquel día en que el viento no dejaba de voltear el plástico con el que cubrimos las raíces.

Cuando terminamos de plantar los arbustos fuimos a comer y tomar té a la tienda de campaña. Para ello pasamos por toda la parcela de tierra donde habíamos plantado árboles el día anterior. Varios de ellos estaban ya floreciendo, aunque de esto solo me di cuenta cuando M. señalaba los brotes con mimo. Los reconocía todos y sabía cuánto había crecido cada uno de ellos.

Algunos árboles presentaban señales de que habían sido mordidos. “Han sido atacados”, dijo M.. “Han sido visitados”, contestó #49. M. estuvo de acuerdo. Puesto que la permacultura se basa en la cooperación con la naturaleza y no en la lucha contra ella, la palabra “visita” refleja mucho mejor la interacción de los corzos con la nueva vida que se está desarrollando en la parcela de tierra de M.

De todas formas, M. nos explicó que la valla circular que ha instalado es para evitar que corzos y jabalíes se coman los árboles hasta tal punto de no dejarles sobrevivir. Yo le comenté lo que había visto hacer en otro proyecto con respecto a los jabalíes: orinar alrededor de la tierra a “proteger”. Así los jabalíes, al parecer, saben que están en territorio de otro “animal”. Pero esto no funciona si el pedazo de tierra está en medio de una ruta que necesitan para alimentarse o beber. Y este parece que es el caso de la parcela de M..

A la tarde M. y #49 fueron a comprar materiales para el proyecto mientras #48 nos quedamos en la casa cocinando una buena cena en el horno de leña. A pesar de recibir instrucciones específicas al respecto, por supuesto en un momento dado se nos llenó la cocina de humo. Abrimos la ventana de la cocina y cerramos todas las puertas de la casa. M. y #49 nunca se habrían enterado de la humareda si no se nos hubiera olvidado abrir de nuevo la puerta de la escalera interior.

Yo me fui a la mañana siguiente, después de muchas conversaciones de las que te abren los ojos, y habiendo aprendido y pensado lo suficiente para llegar a la conclusión de que para que un proyecto como este sea sostenible, se necesitan varias cosa importantes, aunque probablemente se necesitarán muchas más:

– una comunidad de gente que te apoye y/o sienta el proyecto como suyo
– acceso a agua
– transporte fiable y sostenible para cargas grandes y pesadas
– combustible y otras fuentes de energía, como la solar.

Pienso mucho en cómo se pueden sustituir los vehículos a gasolina y el gas que utilizamos para la calefacción. M. me explicó una de las técnicas para específicamente producir madera de árbol. Se corta la madera a lo largo del tronco, desde la base. Se ha hecho así tradicionalmente al menos en Castilla y La Rioja, en España.

En cuanto a transporte, en el medio urbano nos estamos acostumbrando a la bici, y para cargas no demasiado grandes, nos arreglamos con tractores enganchados a la bici. Para el tipo de cargas que hemos estado manejando aquí, no se me ocurre solución mejor que la tracción animal. Y el estiércol de caballo son de los mejores tanto como fertilizante como combustible, una vez tratado.