Él, calvo. Con un bigote negro con manchas blancas, parecen canas. Ropa veraniega. Ella, con gafas. Los dos muy morenos. Igual que cualquier otra pareja, con su mochila y sentados en un banco al borde de la piscina. Aparte de que ella va tapada de la cabeza a los pies. Pantalón ancho, camisa más ancha aún, hasta las rodillas, y pañuelo pegado a la cabeza y al cuello.
Una niña corre hacia ellos. “¡Mis gafas, rápido dame las gafas!” La madre replica en un idioma extranjero, hablando muy rápido. La niña, en bañador de colores chillones, morenísima y con pelo negro muy largo, encuentra las gafas y corre a la piscina de donde había salido. La madre no ha parado de hablarle, cada vez más alto y rápido, pareciera que le está riñendo. Justo antes de saltar a la piscina, la niña se vuelve y le grita a la madre: “¡Que sí!”
Y le miro a él, tan similar a cualquier español al borde de la piscina. Y a ella, de vestimentas tan distintas a todas las vestimentas. Y a la niña, que ya se ha fundido en la piscina con el resto de los cuerpos casi desnudos. Y me pregunto cuál será su elección, cuando le digan, o no, que ya no puede ponerse un bañador como sus amigas. Me pregunto cómo será el momento en que tenga que elegir entre ser diferente a sus amigas o ser diferente de su familia. Si tendrán similares o infinitamente diferentes momentos a nuestros “Así no sales a la calle”.