No he estado en Londres ni seis años pero ya he estado en más de diez direcciones. Decidí parar de contarlas en la undécima. Hubo un momento en el que iba a uno de esos lugares en donde hay que notificar el cambio de dirección, y la mujer del mostrador me miraba con incredulidad: “¿Es esta su dirección permanente?” “Permanente o no permanente, es la única que tengo”, pensé. “Sí lo es”, dije.
Así que cuando me ofrecieron este arrendamiento “de corta vida”, no me importó que sólo estuviera garantizado por seis meses. De hecho sonaba a mucho tiempo. Resultó que la única vivienda que he tenido con la palabra “corta” en el contrato ha sido la de duración más larga he tenido nunca en Londres.
Por supuesto que tiene truco. Hay una caldera de agua caliente que no falla demasiado, pero no hay calefacción y una de las paredes está claramente en proceso de derrumbarse. Hay también putrefacción seca y húmeda, aunque de esto me he enterado hace poco.
Ahora que parece que esta etapa de mi vida toca también a su fin, necesito decidir entre un apartamento o una casa grande de vida en común. Ambas posibilidades tienen la palabra “permanente” en el nombre, pero ya no creo en las promesas contenidas en los contratos de arrendamiento. Para D. todo es una cuestión de sostenibilidad.
Al parecer no es sostenible que cada ser humano use una caldera, un fregadero, una lavadora, una cocina, para ella sola. Es más sostenible para el planeta, y más humano para el individuo, vivir en una comunidad y compartir todas esas cosas y más. Como la cooperativa donde vive, dice. Al parecer fui yo la que le habló primero de esta cooperativa, y le hice pensarse lo de vivir ahí. No deja de hablar de las maravillas de Sanford, yo no dejo de recordarle lo lejos que está del centro de Londres. Me convence para que solicite ingresar.