Adios a Londres

Me despido de grupos de ayuda frente al brexit porque me despido del Reino Unido y de Londres, de mi posibilidad de vivir allí.

Es una ‘website’ maldita pero esos grupos han tenido un valor extraordinario para saber ‘lo que se cuece’. La de veces que los he citado para explicar la situación o situaciones que me han ido llevando a tomar las decisiones que he ido tomado.

Dijo Samuel Johnson que quien se cansa de Londres es que se ha cansado de la vida.
A mí no me cansó Londres, en absoluto. Me fui pensando que era una ausencia temporal, pero mientras di algo de amor a gente que me necesitaba cerca, sucedió Brexit, y ahora tengo que decidir, y a pesar del dolor que me causa o precisamente por ese dolor, o quizás para acabar con él, me veo obligada a decir adiós a Londres, a la posibilidad de volver aparte de la visita esporádica a amistades que quedan allí y que cada vez son menos, porque el “ambiente hostil” ha funcionado y no sólo se van inmigrantes que, como yo, se sintieron en casa en Londres. También gente nativa, con su pasaporte británico, renegaron de su nación y están, me cuentan buenas lenguas, desesperadamente mendigando derecho a residencia en algún país con menos xenofobia, una acogida como la que en su día nos brindó nuestra querida pérfida Albión.

Hoy busco paz en una despedida, porque no se puede tener un pie en cada país, como podíamos antes de aquella noche incrédula y aquella mañana de shock. Cuatro años nos pasamos sin creernos que todo aquello iba en serio. No había persona adulta cuerda que pudiera siquiera considerar aquella cosa que enseguida se llamó Brexit, pensábamos. ‘Cuitaos’. Porque resultó que además de haberla, estaba en el poder.

Pensamos que los intereses económicos para quedarse serían más fuertes que para irse. Al las élites de los poderes subestimaron la fuerza de las evasiones de capitales a paraísos fiscales que se beneficiarían principalmente de la salida de una Unión Europea que se preparaba para la eliminación de esas peculiaridades ‘off-shore’.

Nos confiamos, nos fiamos demasiado de la cordura humana. Inmigrantes con el privilegio de no ser ilegal, y de tener un destino vacacional en casa, garantizado, lleno de seres queridos. Nos olvidamos de la precariedad de una población nativa que no había tenido el privilegio que tuvimos nosotras ‘en casa’, una formación universitaria prácticamente gratuita que nos permitió volar y pretender ser clase media en un país extraño aunque aún europeo. Subestimamos la rabia de algunas clases más bajas, más blancas y más desesperadas que nosotras, que de vacaciones no podían irse ni a Benidorm, y si visitaban a sus padres dormían en el suelo o en el sofá porque su habitación la habían convertido en taller cuando se habían ido de casa a los dieciséis años, o directamente habían vendido el piso para comprarse otro más pequeño y vivir un poquito más holgadamente con la diferencia, mientras nosotras volvíamos a la casa de mamá y papá de vacaciones, a la misma habitación donde habíamos estudiado la carrera, porque a nuestros padres jamás se les habría ocurrido tocar el cuarto de la nena, aunque se hubiera casado ya en Londres.

Y todos esos privilegios que no tuvieron las generaciones migrantes anteriores a la nuestra, de poder buscar nuestro primer trabajo de manera legal, de poder recibir ayudas si lo perdíamos, de vivir con ciudadanía de primera al menos en los papeles, todos esos privilegios, se retiraron bajo nuestros pies.

Antes de toda esta hecatombe, los papeleos para conseguir la nacionalidad británica empezaban por ochocientas libras, solo por recibir los papeles de la solicitud; luego se oía que podía ascender la cifra hasta unas tres mil. Ahora esto baila por las ocho mil.

Y aún así, tanta gente europea ha luchado por la ciudadanía, para luego jurar puño en alto que no pararán hasta lograr el reingreso, ahora que tienen derecho al voto, que no tuvieron en el primer referéndum. Y aún así, aún más gente británica huye de un país que ya no reconocen como suyo, de tan xenófobo, de tan racista, de tan ruin.

Y en el proceso, familias rotas, y corazones rotos. Despedidas crueles de otra forma innecesarias. Qué necesidad de decirte adiós para siempre, mi Londres querido, que desde que puse mi pie encima de tus calles y parques, y mis ojos sobre edificios y jardines de rosas juré que algún día viviría en una de esas calles, aunque fuera de alquiler o peor, y cumplí con creces. Y tú también cumpliste, porque me diste cosas y vivencias con las que jamás habría ni soñado. Me trataste muy mal a veces, al fin y al cabo eras, y seguro que lo seguirás siendo, tan asquerosamente capitalista como cualquier otra capital europea. Pero fueron tus pubs y tus centros sociales okupados y tus carnavales los que nos juntaron a las gentes más maravillosas de Europa y alrededores, y en ellos conspiramos discretamente para cambiar el mundo, y algunas de nosotros incluso lo conseguimos.

Qué necesidad de echarnos a base de racismos e intolerancias. Qué necesidad de separarnos, y condenarnos a estas videollamadas o visitas cortas que terminan en un incierto “nos vemos en internet”. Qué necesidad de esparcirnos toda Europa, vete por donde viniste, pero no solo a nosotras las que nos enamoramos de tí porque pudimos, sino también a quienes nacieron en tí. Qué necesidad. Qué dolor, no sé si lo sabrás tú bien. No sé si estarás sangrando por dentro lo mismo que los corazones de quienes ni siquiera pueden escapar y nos ven irnos y nos despiden en silencio.

Pero no podemos volver, mi querido Londres, porque has cambiado más allá de cualquier … como decimos en mi tierra, no te conoce ni la madre que te parió. Bueno. Eso sería comprensible puesto que eres tan vieja. Pero es que tu cambio radical, el cambio que hace que la gente quiera huir de tí, ha ocurrido en menos de diez años. Apuesto a que tienes el doble de viviendas vacías que antes. Que encima ahora sí que es ilegal okuparlas. Siempre tuviste edificios enteros vacíos a la espera de derrumbe, capricho del especulador. Ahora mucha gente dispuesta a luchar por que siguieran en pie se te ha ido, para no volver porque la locura sigue, el brexit sigue su curso frente a toda tentativa porque prevalga la cordura.

Y por eso, mi querido Londres, te digo adiós desde mi corazón con la esperanza de que, volviéndote la espalda, la línea del horizonte, volviéndose menos puntiaguda y más montañosa, haga menos daño.